miércoles, 11 de julio de 2012

La Responsabilidad en los Directivos



¿Qué pasa con los Directivos hoy en día?, ¿Se preocuparán realmente de las necesidades de sus trabajadores?, ¿Estarán al tanto de las tendencias y responsabilidades que conlleva a estar en la cabecera?



Hemos leído y escuchado infinitas veces que tenemos que ser capaces de construir empresas competentes; es decir, adecuadas, proporcionadas, aptas, idóneas, que transmitan confianza y sean creíbles, que no se observen en el espejo permanentemente y cuyos directivos no pierdan el tiempo mirándose el ombligo. Organizaciones líderes basadas en las personas y asentadas en valores que, a su vez, crean valor. En fin, empresas con vocación de futuroy sostenibles. Hoy en día lo que realmente importa es ser un directivo responsable, que da respuesta, razón, de sus decisiones; que no engaña ni oculta la verdad a quienes tienen derecho a saberla, a quienes resulten afectados por sus decisiones. 

Para hablar de algo es oportuno ponerse de acuerdo de qué se está hablando. Y sin pretender dar una definición se podría decir que responsabilidad es capacidad de responder, es una actitud arraigada de respuesta, las veces que sea necesaria.
Ustedes se preguntaran: ¿Responder qué? ¿Responder a quiénes? 
Pues ante todo, responder hacia la propia conducta. Es por eso que una persona íntegra, una persona razonable, que por tanto ejerce esa capacidad, es capaz de dar las razones, los motivos, de su actuación, de sus decisiones, a quienes tienen derecho a conocerlas. 

Quizá en otras épocas, en las que sólo se esperaba sumisión de los “súbditos” mientras no se rebelaran, la persona constituida en autoridad ejercía el poder con una cuota importante de ambigüedad, de silencio cercano a la suspicacia: un aura de misterio concedía al “jefe” una cierta superioridad sobre el resto. No es raro que los libros clásicos que tratan sobre el modo de ejercer el poder aconsejen al mandatario un perfil inconfundiblemente enigmático.

Pero los tiempos han cambiado. Y ya nadie puede esperar sumisión de las personas que dependen de él. Los tiempos han cambiado no sólo para los políticos, que en esto han desarrollado la habilidad de no parecer que intentan “dominar” de un modo autoritario, aunque a veces no puedan ocultar ese rasgo. También han cambiado para todos aquellos constituidos en autoridad. Y entre ellos los directivos de empresa.
Algunos han visto el cambio y han realizado el aprendizaje que requería, y les resulta natural el ejercicio del poder de un modo no autoritario. Pero lo que interesa es mirar para adelante .

Para que los directores de las empresas tengan una conducta apropiada y un buen desarrollo en todo ámbito, deben evitar una serie de errores. Por ejemplo, no imitar la conducta lamentable de los políticos de turno que manipulan a la gente. Y no sólo por el motivo que más importa, que es respetar a cada persona, sino también porque no es un método eficaz. La manipulación es una trampa de ida y vuelta: si intentamos manipular a nuestros colaboradores, trabajadores etc., ellos harán lo mismo con nosotros, y será un círculo vicioso.
Por tanto lo que de verdad importa es ser un directivo responsable, que da respuesta, razón, de sus decisiones; que no tiene nada que ocultar porque se guarda ninguna carta: todas están boca arriba sobre la mesa; que no engaña ni oculta la verdad a quienes tienen derecho a saberla, en primerísimo lugar a quienes resulten afectados por sus decisiones.

Un directivo que responde así, que es responsable, indudablemente será respetado porque es respetable. Quizá no todos, ni siquiera la mayoría, compartirán su modo de proceder. Pero indudablemente nadie podrá argüirle arbitrariedad, clientelismo, deshonestidad en definitiva. Entre otras cosas porque estará abierto para escuchar los pareces contrarios, a opiniones diferentes.

Lo que no podrá hacer nunca es tomar decisiones no sólo de las que no responde, sino que oculta, porque entonces se estaría aproximando peligrosamente a ese arquetipo del cobarde que la sabiduría popular ha esquematizado en la acción de “tirar la piedra y esconder la mano”. Y cuando un directivo deja traslucir cobardía, si no rectifica, ha perdido la respetabilidad, porque ya no merece el respeto de quienes dependen de él. Por donde se puede ver el nexo forzoso que existe entre responsabilidad y respetabilidad.

No siempre compartiremos algunas, muchas, quizá casi todas las decisiones de un directivo; incluso del gerente general de la empresa o la organización,
Pero no por eso perderá el respeto que se merece porque da razón de sus actuaciones, aunque esas razones no sean compartidas por nosotros. Podemos estar en franco desacuerdo y aún así no perder la concordia. Pero si nos enfrentamos a un comportamiento ambiguo,  en el fondo, se acabó la concordia en la misma medida en que se ha perdido el respeto. Y no porque alguien caprichosamente lo haya retirado: es el mismo directivo quien lo ha perdido. De modo que en adelante sólo podrá encontrar cómplices, quizá ingenuos, situación lamentable en cualquiera de los dos casos.

Ante este posible panorama sombrío puede resultar reconfortante una conclusión que ponga al alcance de la mano el ejercicio correcto de la dirección: Sólo si lo somos podemos aspirar a ser respetables y, entonces así, no destruiremos la concordia, imprescindible para que cualquier empresa u organización que pretenda aportar algo valioso a la sociedad a la que pertenece. 

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